Tras muchos años de lucha contra la infertilidad, estaba segura de que el nacimiento de nuestras dos hermosas hijas sería un momento decisivo para nuestra familia. Nunca imaginé que, en lugar de alegría, mi esposo nos abandonaría en el momento más importante de nuestras vidas.
El embarazo fue duro. Semanas de reposo en cama, noches sin dormir, el miedo a perder a los bebés… Pero cuando sostuve por primera vez a Masha y a Sonia en mis brazos, todo eso me pareció insignificante.
Cuando mi marido vino a visitarnos, en lugar de una sonrisa o lágrimas de alegría, su rostro se congeló con una expresión que no pude entender.
—Hola —susurré—. Míralos, ¿no son un milagro?
Después del nacimiento, mi marido entró en la habitación y, tan pronto como vio a nuestras hijas, anunció que quería el divorcio.
Se acercó, miró a las chicas y su rostro se tensó.
«¿Qué es esto?» murmuró.
Fruncí el ceño.
«Estas son nuestras hijas. Masha y Sonia».
—¡Sabías que quería un niño! —espetó tan bruscamente que casi se me cae el bebé.
No lo podía procesar.
«Igor, estos son nuestros hijos, sanos y hermosos. ¿No es eso lo más importante?»
—No, éstos no son mis hijos —escupió entre dientes.
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Después del nacimiento, mi marido entró en la habitación y, tan pronto como vio a nuestras hijas, anunció que quería el divorcio.
“Esto no es lo que esperaba.”
Dijo que lo había engañado, que lo había defraudado. Luego se dio la vuelta y se fue, dando un portazo.
En ese momento, me dolió todo el cuerpo. Mi alegría se desvaneció, dejando solo vacío y lágrimas. Los bebés se acurrucaron junto a mí, como si percibieran mi desesperación.
Al día siguiente, no regresó. Ni siquiera después de una semana. Más tarde me enteré de que se había ido de vacaciones al extranjero, como si nada hubiera pasado. Su madre, Olga Serguéievna, lo apoyó, llamándome y acusándome de destruir a la familia y de «traicionar su nombre».
Cada mensaje suyo me llegaba al corazón. Pero mientras mecía a los bebés durante las largas noches, me di cuenta de que, por su bien, tenía que ser fuerte.
Después del nacimiento, mi marido entró en la habitación y, tan pronto como vio a nuestras hijas, anunció que quería el divorcio.
Contraté a un abogado, solicité el divorcio y conseguí la custodia completa. No fue fácil, pero gracias a este proceso, recuperé la confianza en mí misma.