Este día fue el más importante de mi vida. Me casaba con la persona que amaba, y todos mis seres queridos estaban a mi lado. La presencia de mi madre era especialmente valiosa para mí; ella era la única madre que siempre me había apoyado.
Cuando empezó la música y llegó la hora de caminar hacia el altar, yo, lleno de emoción y felicidad, miré a mi alrededor, buscando su mirada. Pero… mi mamá no estaba por ningún lado.
El pánico me invadió. Mis familiares, amigos y yo empezamos a buscarla por todo el pasillo. Salimos, escudriñando cada rincón. Pero no había ni rastro de ella.
Al pasar por una de las habitaciones, oí sonidos apagados, como si alguien pidiera ayuda. Se me encogió el corazón.
Empujé la puerta y, escuchando atentamente, me di cuenta de que los sonidos provenían de un gran armario en la esquina. Corrí hacia él y abrí las puertas bruscamente…
Allí estaba mi mamá. En sus ojos, pude ver miedo y alivio a la vez.
—¡Cariño! —sollozó, saliendo de la oscuridad.
Apenas podía entender qué estaba pasando. ¿Quién podría hacer algo así?
La respuesta llegó demasiado rápido. En la puerta estaba la madre de mi prometido.
“¿Tú hiciste esto?” exclamé sin creer lo que veía.
La mujer no parecía culpable. Cruzó los brazos sobre el pecho y simplemente presionó los labios.
—No deberías haberte casado con mi hijo —dijo en voz baja, pero con firmeza—. No eres la persona indicada para él.
No podía creer lo que oía. Esta mujer siempre me había parecido fría, pero pensé que con el tiempo me aceptaría. ¡Pero llegó tan lejos!
—Arruinaste mi boda, pero no me vas a quebrar —dije, apretando la mano de mi madre—. Quiero a tu hijo, y él me quiere a mí.
Salí de la habitación, dejándola allí.
A pesar del shock, la boda se celebró. Pero nunca volví a hablar con la madre de mi esposo. Se alejó de nuestras vidas. ¿Y saben qué? Todo se volvió más fácil sin ella.
Porque ahora, sólo aquellos que realmente nos deseaban felicidad estaban a nuestro lado.