Momento desgarrador: Lo encontré una mañana lluviosa, abandonado cerca de una gasolinera junto a la carretera. Empapado, temblando y maullando desesperadamente, parecía pedir ayuda. Estacioné mi camioneta, me acerqué con cautela y, al verme, no echó a correr. Sus ojos reflejaban angustia y esperanza, y en ese momento supe que no podía dejarlo atrás.
Lo levanté, lo envolví en una manta y lo acomodé en el asiento del copiloto. Mientras conducíamos, dejó de maullar y empezó a dormitar, sintiendo que por fin estaba a salvo. Lo llamé «Capitán» porque parecía destinado a guiarme hacia nuevas aventuras.
Ahora, el Capitán es mi fiel compañero de viaje. Cada mañana, se sienta en el tablero, viendo pasar el mundo. A veces, se aferra al volante con sus patitas, fingiendo que conduce. Me llena de alegría, y la gente que pasa no puede evitar sonreír o tomarme una foto.
Pero Capitán es más que un gato adorable. Se ha convertido en una parte irremplazable de mi vida en la carretera. Llena mis días solitarios de risas, consuelo y sorpresas. Me ha demostrado que los encuentros inesperados pueden tener un impacto profundo. Y cada día me recuerda cómo los pequeños actos de bondad pueden marcar la diferencia.