Zita y Gita nacieron como siamesas, unidas por la pelvis. Compartían intestino, órganos reproductivos y tres piernas.
Cada una tenía su propia cabeza, corazón y brazos. Desde pequeñas, aprendieron a vivir completamente fusionadas, tanto literal como figurativamente.
Cuando eran pequeñas, las niñas aceptaban su singularidad con una aceptación infantil: dibujaban personas con tres piernas, ataban dos muñecas juntas y le quitaban una pierna extra a la muñeca para que las muñecas fueran «como ellas».
Pero a medida que crecían, Zita y Gita se dieron cuenta, más que nada, de que deseaban ser personas independientes. El sueño de la independencia se convirtió en su meta común.
Cuando cumplieron 11 años, los médicos decidieron realizar la cirugía más compleja de sus carreras: una separación. Se habían dado casos similares en todo el mundo, pero casi siempre la cirugía fracasaba o solo uno de los gemelos sobrevivía.
Los cirujanos necesitaron 12 horas para separar a las niñas y extirparles la tercera pierna. Fue un procedimiento increíblemente delicado y arriesgado, pero la cirugía fue un éxito.
Tras la separación, las niñas volvieron a aprender a caminar, ahora con la ayuda de prótesis. Terminaron la escuela, empezaron a estudiar idiomas extranjeros y se dedicaron al dibujo y las manualidades.
Sin embargo, todavía requerían supervisión médica constante: su compleja anatomía lo hacía necesario.
Desafortunadamente, su felicidad duró poco: tiempo después de la cirugía, Zita murió de sepsis, una complicación infecciosa grave.
Sola, Gita siguió viviendo, como si fuera para ambos. Se enfrentó a otra adversidad: hace varios años, le diagnosticaron cáncer.
Atrás quedaron las cirugías intestinales y los tratamientos. Ahora tiene 33 años. A pesar de todas las dificultades, sigue luchando. No se rinde. Sigue viviendo, con la esperanza y el recuerdo de su hermana, que siempre será parte de su historia.